¡Basta de hablar de una Segunda Guerra Fría!

Hablar de una segunda Guerra Fría es equivocado y contraproducente. Europa debe responder enérgicamente frente a Rusia para después contenerla y concentrarse en desafíos geopolíticos más importantes.

La indignación es una emoción reconfortante, especialmente cuando es compartida con otros camaradas. Ciertamente era eso lo que se sentía el martes pasado en el Kremlin mientras Vladimir Putin anunciaba la anexión de Crimea y recordaba el agravio a Rusia (“no solo robada, sino además saqueada”). Ahora es el turno de Occidente, cuyos líderes vuelven a denunciar el desacato a la ley internacional y pasan a imponer los prometidos “costes y consecuencias”. Las sanciones, claro está, afectarán también a Occidente, por lo que una buena dosis de adecuada indignación y sentido de la oportunidad (“This is the big one”) ayudarán a administrar la medicina.

Y, de hecho, Occidente no tiene más opción que una respuesta contundente. Sea cual sea la opinión de cada uno sobre la invocación que ha hecho Putin de Kosovo como precedente o paralelismo, una cosa está clara: no se puede permitir que siga adelante en calidad de autoproclamado guardián de las minorías étnicas rusas. Ya aceptamos una afirmación similar en los años 30, y no podemos volver a caer en el mismo error. Desde las repúblicas bálticas hasta Bulgaria, hay demasiados grupos étnicos rusos dentro de las fronteras de la OTAN y de la UE como para permitir cualquier atisbo de ambigüedad: si Putin se siente tentado de probar su nueva doctrina en cualquiera de sus estados miembros, estos deberán resistirse por todos los medios. (Putin ya debe de ser consciente de esto –son los moldavos los que tienen que preocuparse ahora–, pero las garantías deben reafirmarse por partida doble).

Por ello, la OTAN se verá involucrada en esos “costes y consecuencias”. Hasta ahora, la Alianza ha evitado actuar de una manera muy llamativa o provocativa en los territorios de sus estados miembros provenientes de la antigua esfera soviética, pero esto tendrá que cambiar. Para eliminar cualquier tipo de duda, deberá reafirmarse su estatus como si fueran miembros tan relevantes como España o Reino Unido, mediante gestos en lo militar. Así que la Alianza tiene trabajo que hacer en cuanto a impulsar sus fuerzas de despliegue, ejercicios militares  e instalaciones. (Putin, de hecho, no esperará menos: solo el escudo antimisiles, que tiene connotaciones mucho más importantes, necesitará ser tratado con más cuidado).

Quizá Vladimir Putin desee volver al siglo XX, pero Europa no debe entrar en su juego.

Todo esto es necesario. Lo que sería tentador, pero tremendamente dañino para los europeos, sería regresar a la psicología de la Guerra Fría. La sensación está en el ambiente, no sin razón. Para la OTAN como organización, que se encontraba ya en transición hacia un semi-retiro tras su marcha de Afganistán, la crisis actual supone un nuevo soplo de vida. Para el Reino Unido, que acoge la cumbre de la OTAN este otoño para maquillar su embarazosa incapacidad para comprometerse con la defensa europea, un ostentoso éxito se pone ahora a la vista. Para los ejércitos de toda Europa, el panorama de hoy es un regreso a los días de la vida fácil, cuando presupuestos y relevancia estaban asegurados y nadie proponía extrañas aventuras en lugares arenosos. Con solo volver al conflicto, todas esas cuestiones complicadas sobre la utilidad de las fuerzas armadas europeas podrían ser aplazadas para otra generación.

Pero esto sería un desastre para Europa. Quizá Vladimir Putin desee volver al siglo XX, pero Europa no debe entrar en su juego. Nuevos horizontes en África y Asia demandan atención europea: norte-sur es lo importante ahora, no este-oeste. Es comprensible el ansia europea de volver a acurrucarse bajo el ala protectora americana, aceptando su subordinación a la política exterior de Washington a cambio de una ilusoria participación en la hegemonía occidental, pero esa hegemonía ya no es tal, y ese intercambio ya no tiene sentido. Guste o no, si los europeos quieren tener éxito en las próximas décadas tendrán que seguir esforzándose por definir un rol diferenciador propio en el mundo multipolar y globalizado del mañana, dejando atrás las preocupaciones históricas.

«Déjale, no merece la pena, suelen aconsejar las chicas mientras apartan a sus novios de peleas de bar. Hoy Rusia no merece la pena»

“Déjale, no merece la pena”, suelen aconsejar las chicas mientras apartan a sus novios de peleas de bar. Hoy Rusia no merece la pena, y cada vez importará menos mientras Putin siga echando por tierra su economía y política. Sí, sigue teniendo armas nucleares (aunque por lo demás sus fuerzas armadas siguen mermadas, incluso tras los recientes aumentos presupuestarios). Sí, aún mantiene influencia en Oriente Medio. Pero mientras sea posible, la mejor estrategia para hacer frente a Rusia es no enfrentarse a ella, sino contenerla para después ignorarla y esperar, tanto por el bien de los rusos como por el nuestro, que tarde o temprano descubra el mundo moderno.

Así que demos las gracias a los nuevos “Guerreros Fríos”, pero digámosles que se han equivocado de época. Celebremos el valor de la OTAN como seguro de vida, pero no la confundamos con el vehículo adecuado para el papel de Europa en el mundo. Y dejadnos hacer lo que sea necesario para responder a la anexión de Crimea fría y firmemente, sin el fervor de la indignación que podría calentar nuestros corazones, pero traicionará nuestro futuro.

 

El artículo fue publicado originalmente en inglés en el blog de ECFR: https://ecfr.eu/blog/entry/stop_the_cold_war_ii_nonsense

Puedes leer el discurso de Putin aquí: http://eng.kremlin.ru/transcripts/6889

 

Traducción del inglés por Juan Ruitiña

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