Encender la luz de búsqueda hacia el exterior

Al centrarse exclusivamente en los crímenes occidentales, una parte de la izquierda europea está dejando a Putin y Assad a su aire en Siria y Ucrania.

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Al centrarse exclusivamente en los crímenes occidentales, una parte de la izquierda europea está dejando a Putin y Assad a su aire en Siria y Ucrania.

En la región de Romanija, al sureste de Sarajevo, hay una meseta que recuerda al Medio Oeste americano. Los postes de electricidad torcidos salpican un camino que oscila entre colinas y bosques hasta llegar al valle del río Drina. En un desvío mal señalizado, hay un carril que se dirige a un bosque que luego te lleva a un claro. Una tumba con los restos de al menos una docena de musulmanes bosnios fue hallada aquí hace seis años. Fueron asesinados en 1992, después de que el área cayera en manos de las fuerzas serbias.

Esta tumba, como tantas otras en Bosnia, debe su existencia tanto a la indecisión de Occidente como a la brutalidad del régimen de Milosevic en Belgrado. A pesar de la información sobre las masacres, las violaciones o las imágenes de campos de concentración, Milosevic encontró un apoyo significativo entre la izquierda europea. Ingenuamente, lo vieron como un comunista que se negó a inclinarse ante Occidente, en vez de un oportunista que alimentó el nacionalismo radical para elevarse en el poder y eliminar a la oposición.

El mundo cambia. Los dogmáticos ideologizados, no tanto. El silencio sobre Alepo y las atrocidades y bombardeos indiscriminados contra la población civil en Siria han sido ensordecedores. No hay duda de las atrocidades cometidas por el régimen sirio respaldado por Rusia. Tampoco hay dudas sobre el papel del Kremlin en provocar y alimentar la guerra en Ucrania (similar al papel desempeñado en Bosnia por el régimen de Belgrado en los años 90), o su represión de la disidencia doméstica. Sin embargo, muchos de la generación de la izquierda cuyo despertar político fue la guerra de Irak parecen no estar dispuestos a condenar estos crímenes, a menudo negándolos, al igual que muchos occidentales negaron la existencia del Gulag en su día. Al hacerlo, estos autoproclamados izquierdistas se mantienen hombro con hombro con los grupos fascistas europeos que ven en la Rusia de Putin un ejemplo a seguir, junto con Le Pen, Wilders y otros demagogos del «nuevo mundo».

Una respuesta frecuente de la llamada «izquierda real» a las acusaciones hechas por el establishment occidental es que «el Occidente es igual de malo». Esta línea de razonamiento afirma que, dada la silenciosa complicidad de Occidente en las violaciones de los derechos humanos en Arabia Saudí, por ejemplo, es hipócrita e incorrecto condenarlos en Siria, Venezuela y Rusia. Los hechos son a menudo correctos, pero la conclusión absurda. Uno puede y debe condenar todos los abusos – incluyendo los perpetrados por los países occidentales- pero esto no es incompatible con establecer prioridades en crisis extremas como Siria.

Otro argumento es el maniqueo todo es culpa de Occidente, que confunde Irak 2003 con Siria 2011-2017. Este argumento, repetido hasta la extenuación, está basado en una cuestionable pero cómoda superioridad moral que les exime de la complejidad de abordar las causas de los conflictos y asumir la responsabilidad de definir posiciones que se salgan de la línea marcada. En el fondo, también sugiere un cierto reflejo pseudo-colonial: las sublevaciones extranjeras (en Siria, África del Norte, Maidan, etc.) no podían provenir de las quejas de ciudadanos comunes contra sus gobiernos, por lo que debieron ser agitadas por la CIA, George Soros o algún otro agente del mal occidental.

El resultado de esta cruzada miope contra el imperialismo occidental es jugar directamente en las manos de los imperialistas no occidentales y de las campañas de propaganda de los rivales geopolíticos, tragados acríticamente por estas voces políticas. Aquellos que se deleitan en revelar la 'agenda occidental' en Siria, Ucrania u otros lugares a menudo terminan sin saberlo promoviendo las agendas de Assad o Putin, con la seguridad de que ellos mismos no sufrirán las consecuencias.

Conocemos los peligros de la intervención, pero el contraste entre el estancamiento en las Naciones Unidas y la trágica realidad sobre el terreno en Siria demuestra que la timidez sobre la intervención puede llevar a escenarios aún peores. Corresponde a aquellos que sostienen lo contrario, sugerir que podría ser peor que la barbarie medieval con la que Alepo fue asediada y destruida mientras los pacifistas dogmáticos se escondían en sus cenas de Acción de Gracias y Navidad.

Como tal, debemos repensar una vez más los criterios para el uso de la fuerza militar – un debate que ha sido relegado al margen por el énfasis constante en la lucha contra el terrorismo. Después de Afganistán, Irak y Libia, el concepto de los años noventa de la responsabilidad de proteger es problemática, su significado real ha sido comprometido después de tantos abusos. Pero si los europeos siguen valorando la seguridad humana, no pueden abandonar sus principios. Afortunadamente, hay fuerzas políticas a la izquierda que entienden esto, incluido el Partido Verde alemán, algunos partidos escandinavos y algunas fuerzas socialdemócratas.

Ahora existe la posibilidad de definir una nueva posición para la izquierda progresista y socialdemócrata -una que aprenderá de Siria exactamente igual que lo hizo con Irak- de modo que cuando nos enfrentamos a la próxima masacre de Alepo o del valle del Drina no seamos esclavos de la geopolítica militar de unos ni de las utopías inhumanas de otros. Una posición que marque líneas rojas básicas, como que el uso de armas químicas no pueda quedar sin castigo (la horma del zapato de Obama tras el ataque de Ghouta en 2013, atribuido a Damasco) y el recurso a tribunales internacionales por crímenes de guerra. Ambos fueron claves en la finalización de la guerra de Bosnia y pueden jugar un papel similar. Siria es quizá ya inmanejable, pero en el 2000 bastaron 150 paracaidistas británicos en Sierra Leona para acabar con los West Side Boys, una milicia brutal y supuestamente invencible.

Es un mundo cruel. Quizá muchas veces no podamos evitar estos hechos y crear falsas expectativas es contraproducente. Intentar terminar la guerra no resuelve el problema de la paz, como muestran los acuerdos de Dayton para Bosnia en 1995. Pero no debemos permitir que la necesidad de reflexionar sobre nuestras propias faltas oscurezca los crímenes de los demás o que renunciemos a hacer todo lo posible para no dejar morir a la gente, sin esperanza, como en esas colinas de Bosnia.

El Consejo Europeo de Relaciones Exteriores no adopta posiciones colectivas. Las publicaciones de ECFR solo representan las opiniones de sus autores individuales.